Por: Práxedes Gorrirán
Carlos Marx y Federico Engels elaboraron su teoría socio-filosófica a mediados del siglo XIX las Tesis sobre Fuerbach y La Ideología Alemana, obras en las que presentan los principios fundamentales de la nueva concepción del mundo que profundizaron y enriquecieron con posterioridad, fueron escritas en 1845 cuando en la mayoría de los países europeos la formación económico social del capitalismo no solo se había establecido ya, sino que se desarrollaba a ritmo acelerado a partir de la revolución industrial. Fue Inglaterra el país donde ese desarrollo adquirió en dicha época su nivel más alto y fue también el que ambos amigos tomaron de modelo para desarrollar, sobre la base de su modo específico de manifestarse, la concepción materialista de la historia cuyo núcleo se encuentra en la teoría de la revolución social la que plantea el paso en determinadas condiciones, de una formación social ya caduca a una nueva.
En el Manifiesto del Partido Comunista, sus autores afirman que en aquella época mediados del siglo XIX "toda la sociedad va dividiéndose, cada vez más, en dos grandes campos enemigos, en dos grandes clases que se enfrentan directamente; la burguesía y el proletariado".
Desde sus obras primeras, tanto Marx como Engels se interesaron por describir la miserable situación en que vivían los obreros, al igual que sus mujeres y sus hijos (La situación de la clase Obrera en Inglaterra) y no es exagerado decir que el objetivo fundamental de su labor teórica y práctica no fue otro que proporcionar al movimiento obrero, que cada vez con mayor vigor venia desarrollándose en los países europeos más industrializados, un arma teórica que los orientara en la lucha por el derrocamiento de la burguesía y el establecimiento del poder proletario, o dicho en otras palabras, en la realización de la revolución comunista.
Esta revolución así lo plantearon desde La Ideología Alemana estallaría primero en los países más industrializados, Inglaterra, Francia, Alemania, los que arrastrarían tras sí a los demás del occidente europeo para derrocar en el mundo capitalista el poder burgués.
Reiteradamente se ha tachado, y no sin razón, de eurocentrista, a la teoría elaborada por Marx y Engels, ya que no toma en cuenta la situación existente en los países colonizados de Asia, África y América Latina. No obstante en un tiempo relativamente breve sus ideas se expandieron también por los países de ese llamado "tercer mundo" porque como ellos habían previsto, la formación capitalista se mundializó (o globalizó); se convirtió en un sistema que se instaló, aunque con características peculiares de acuerdo a las condiciones de cada país, en todos los rincones del planeta.
Las concepciones del marxismo llegaron a Latinoamérica a finales del siglo XIX. Desde esos primeros momentos se tenía por objeto dar a conocer a los obreros esta teoría y hacerles comprender el papel que desempeñan en la sociedad y el que les estaba reservado en la sociedad del futuro.
Entre tanto, en el oriente europeo y en medio de la Primera Guerra Mundial, se produce un hecho inusitado. En el Imperio Ruso, una de las regiones más atrasadas de Europa, estalla la primera revolución socialista. El proletariado ruso, bajo la dirección de Vladimir Ilich Ulianov (Lenin) derroca al poderoso imperio de los zares e instaura el poder soviético.
Lenin, dirigente del Partido Obrero Social Demócrata Ruso, Bolchevique (POSDR b) y fervoroso estudioso de la teoría del marxismo, se percata de que en aquellos años el régimen capitalista ha accedido a una fase superior, el imperialismo, en la que se produce un desarrollo desigual de los países capitalistas y en esas condiciones la revolución no estallaría al unísono, como planteará Marx, en los países industrializados, era posible que estallara en un solo país, aquel que fuera el eslabón más débil de la cadena imperialista. En su criterio ese país era Rusia donde se superponían un cúmulo de agudas contradicciones.
La Revolución Rusa ejerció gran influencia entre los marxistas latinoamericanos quienes comenzaron a pensar en la posibilidad de que también en nuestros países se desencadenará una revolución socialista.
Para el marxismo latinoamericano, parte de las tareas revolucionarias encaminadas a orientar sus acciones consistió en poner al descubierto la compleja problemática caracterizada por: 1. La existencia de gobiernos corrompidos y despóticos sometidos a los intereses del imperialismo yanqui. 2. El sometimiento de los países a la dominación imperialista que mantenía al pueblo sojuzgado en lo económico y en lo político, y con la soberanía limitada. 3. La explotación que sufren las masas populares (obreros, campesinos, empleados) así como los intelectuales y pequeños burgueses, víctimas a un mismo tiempo de los capitalistas nacionales y extranjeros.
Lo mejor del marxismo latinoamericano, con un pensamiento antidogmático, se apoya en la teoría social del marxismo leninismo pero sin desdeñar la larga tradición de lucha de nuestros pueblos, este es el caso de Mariátegui, Farabundo Marti, Julio Antonio Mella, el Che, Fidel Castro, Jacobo Arenas, Salvador Allende, Carlos Fonséca Amador, Roque Dalton, Otto René Castillo y Mario Payeras, quienes trataron de desentrañar en esa urdimbre el hilo conductor que permitiera desenrollar la madeja; vale decir encontrar la tarea que hay que priorizar, la que una vez resuelta conduzca a la solución de las demás y con ello a la de la compleja situación de sus pueblos.
El análisis emanado de este pensamiento resulta medular. Precisa la estrecha vinculación de la oligarquía con el imperialismo: aquella sirve a sus intereses y este la sostiene con dólares y armas para subyugar al pueblo. Por tanto, su derrocamiento no puede menos que resquebrajar los cimientos del imperialismo; por ello dedican todos sus esfuerzos a organizar la lucha contra la tiranía.
Este marxismo considera que nuestros países, precisamente por su condición de subdesarrollados, su burguesía débil salvo la vinculada al imperialismo y poco numerosa y por las mismas razones, el proletariado es también poco numeroso y no ha alcanzado aun su madurez, por lo tanto la revolución que se avecina no puede ser sólo una revolución socialista. En esos momentos la lucha contra la oligarquía y el imperialismo que lo prohíja es prioritaria y por ello la revolución que se tiene delante debe ser también nacionalista, y antimperialista. No se plantea que en los países de América Latina no puedan pelearse revoluciones socialistas, lo que se plantea es que para llegar a ellas es preciso realizar conjuntamente una revolución nacional liberadora y antimperialista.
Otro aporte del marxismo latinoamericano ha sido dilucidar el carácter de la revolución, para lo cual fue necesario determinar cuales eran sus fuerzas motrices, es decir que clases sociales, grupos y sectores la habrían de impulsar y que papel habría de desempeñar en ella el proletariado. Fue también uno de sus aciertos teóricos el haber comprendido que no obstante el carácter nacionalista y antiimperialista de la revolución, el proletariado estaba llamado a encabezar la lucha y a nuclear en torno suyo a las demás clases y sectores interesados en que el proceso revolucionario se desencadenara, pues es la única clase social que puede conducirlo hasta alcanzar sus últimas consecuencias.
Este análisis no desconoció el potencial revolucionario de las capas medias, particularmente del estudiantado y ha mantenido una estrecha vinculación con la intelectualidad; sabe también que una buena parte de la pequeña burguesía puede sumarse en determinadas condiciones, si se la sabe motivar adecuadamente, al proceso revolucionario ya que el imperialismo objetivamente entorpece sus posibilidades reales de desarrollo.
El campesinado es también una importante fuerza revolucionaria, en su mayor parte está formada por campesinos pobres; algunos de ellos poseen pequeñas parcelas, otros son arrendatarios o precaristas que viven bajo la continua amenaza de desalojo. Son por ello los aliados más firmes del proletariado en la lucha por la liberación nacional. Se pregunta entonces cual puede ser la organización que aglutine a todas las fuerzas tan disímiles y con intereses tan diversos, cuyas orientaciones sean acatadas sin recelos ni reservas por todas ellas o por la inmensa mayoría. Se propone que esta organización no puede ser el Partido Comunista. Muchos de esos sectores y clases no estarían dispuestos, por temor o prejuicios, a admitir su dirección. Era necesaria una organización más amplia que los aglutine a todos en la lucha por la liberación nacional, es decir una organización de masas.
Esto no significa que no se le asignara ningún papel en el proceso revolucionario al Partido Comunista. Como militantes comunistas no podían dejar de lado esta importante fuerza. Se considera que el Partido Comunista debe estar en el centro de todo el proceso para trazar su estrategia y su táctica y, aunque la clase obrera ya se ha dicho debe encabezar el proceso, ella sola no puede hacer la revolución sin la participación de otras clases, grupos y sectores interesados en el triunfo de una revolución nacional liberadora y antimperialista y estas no pueden sentirse forzadas a militar en el Partido ni a admitir su dirección.
El Partido debe actuar con decisión pero con tacto, tratando de aunar fuerzas y sin plantear tareas que las masas populares no sientan como suyas ni estén dispuestas a luchar por ellas. Vale decir que en el programa de las organizaciones de masas sólo deben incluirse las tareas que son propias de la revolución nacional y antiimperialista capaces de constituir una base común para la integración de un frente único.
De estas posiciones emanan algunas de las reivindicaciones de carácter amplio del marxismo latinoaméricano: la exigencia de reforma agraria que incluyera el reparto de tierras entre campesino y colonos pobres, y el derecho a la huelga y a la organización sindical y gremial. Esto suponía parte de un programa político que planteaba la necesidad de llevar a cabo una revolución nacional liberadora y antimperialista primero, para pasar después a la revolución socialista.
En los debates actuales, estos planteamientos del marxismo latinoamericano han sido borrados de la historia oficial, pretendiendo justificar el supuesto triunfo "histórico del capitalismo sobre el comunismo del final de la historia", sin embargo, como afirma Pablo Guadarrama, el marxismo latinoamericano, revierte una autenticidad que ofrece enormes posibilidades para un adecuado análisis de nuestra realidad y una más adecuada herramienta de orientación en la lucha de nuestros pueblos por su liberación, contra las oligarquías y el imperialismo por el socialismo.
Las condiciones de los países de Nuestra América en los momentos actuales tras veinte años de salvaje neoliberalismo son aún peores a las que existían en tiempos de los primeros marxistas latinoaméricanos. Se han incrementado el hambre y la miseria de las masas populares; aumenta cada año el volumen de la deuda externa que se hace cada vez más impagable y más insoportable. A esto hay que agregar la creciente represión política, e incluso militar, en contra de luchadores y movimientos sociales.
Las condiciones que imponen tanto el Banco Mundial como el Fondo Monetario Internacional para hacer sus préstamos son tan abusivas que impiden a estos países salir del subdesarrollo. La política imperial les ha impuesto una economía neoliberal que tiende a desnacionalizarlos a ritmo acelerado, convirtiendo a los Estados nacionales en meros servidores de los interese imperialistas, ineptos para defender los intereses no ya de sus obreros, campesinos, desempleados y otros sectores marginales de su población sino que ni siquiera los de sus sectores estratégicos, tales como la energía, el agua, la alimentación y la seguridad.
Desde hace unos años el Imperio se empeña en imponerles el ALCA, chantajeando a gobiernos antipopulares y violentando la voluntad de las masas que saben muy bien que el libre comercio no es posible en países de economía desigual, que este acuerdo traerá para los pueblos latinoamericanos más hambre y más miseria y que solo beneficiará a las grandes empresas transnacionales.
Luchar contra el Imperio en este mundo unipolar no es una tarea fácil; Estados Unidos se ha convertido en la única superpotencia a nivel mundial. Son no sólo el país más rico sino también el más poderoso militarmente, el que reiterada y públicamente ha manifestado que no está dispuesto a someterse a los acuerdos de las Naciones Unidas y arremete militarmente contra diversos países y organizaciones a los que acusa de terroristas.
La historia nos ha enseñado que en la lucha contra el imperio y las oligarquías no podemos desdeñar ningún modo de lucha, al contrario, a este dragón de siete cabezas sólo se le puede enfrentar con la combinación de todas las formas de lucha, misma que ha de fundamentarse en la teoría más revolucionaria de todos los tiempos, la que Marx y Engels elaboraron a mediados del siglo XIX y Lenin desarrolló, pero que hemos adaptado a nuestro tiempo y nuestras circunstancias particulares.
Hay que lograr la unidad de todos los que se oponen al imperialismo y al capitalismo; de los obreros, los campesinos, los estudiantes, los intelectuales, los movimientos sociales, y los que vienen surgiendo para oponerse a la política belicista del imperio. La lucha es difícil, pero ya los latinoamericanos, hace muchos siglos que la comenzamos para alcanzar la meta a que aspiramos de un mundo mejor, más justo, sin explotadores ni explotados, sin hambre, sin analfabetos, un mundo de paz con justicia social. El presente y el futuro de Nuestra América lo ameritan.
09 de Febrero de 2007
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